INTRODUCCIÓN
En 1851 Herbert Spencer publicó un tratado llamado Estáticas Sociales, o Las Condiciones Esenciales para Especificar la Felicidad Humana. Entre otras especificaciones, esta obra estableció y dejó claro el principio fundamental de que la sociedad debería organizarse sobre la base de la cooperación voluntaria, no sobre la base de la cooperación forzosa, ni bajo la amenaza de ésta. En una palabra, sentó el principio del Individualismo frente al estatismo —contra el principio subyacente de todas las doctrinas colectivistas que están dominando actualmente cualquier lugar. La obra contempló la reducción del poder del estado sobre el Individuo a un mínimo absoluto, y el levantamiento del poder social a su máximo; frente al principio del estatismo, que contempla precisamente lo contrario. Spencer mantuvo que las intervenciones del estado sobre el Individuo deberían estar limitadas a castigar aquellos crímenes contra la persona o la propiedad que son reconocidos conforme a los que los filósofos escoceses llamaban “el sentido común de la humanidad”(1); a hacer cumplir las obligaciones de los contratos; y a hacer que la justicia sea barata y fácilmente accesible. Más allá, el estado no debería llegar; no debería poner ninguna restricción coercitiva más sobre el Individuo. Todo lo que el estado puede hacer para el mejor interés de la sociedad —todo lo que puede hace para promover un permanente y estable bienestar de la sociedad— es por medio de estas intervenciones puramente negativas. Vamos a ir más allá de éstas y tratar de mejorar el bienestar social mediante intervenciones coercitivas positivas sobre los ciudadanos, y verán cómo cualquier aparente y temporal bienestar social logrado lo habrá sido a cambio de la pérdida de verdadero y permanente bienestar social.
La obra de Spencer de 1851 lleva años descatalogada y sin apenas difusión pública; una copia de esta obra es extremadamente difícil de encontrar. Debería publicarse de nuevo, ya que es para la filosofía individualista lo que la obra de los filósofos idealistas alemanes es para la doctrina del estatismo, lo que El Capital es para la teoría económica estatista, o lo que las Epístolas de San Pablo son para la teología del Protestantismo(2). No tuvo ningún efecto, o muy poco, conteniendo el desenfrenado avance del estatismo en Inglaterra; aún menos tuvo que ver con la permanencia de las calamitosas consecuencias de dicho avance. Desde 1851 hasta su muerte a finales de siglo, Spencer escribió ensayos ocasionales, en parte como comentarios periódicos sobre el incremento del avance del estatismo; en parte como exposición, a través de la fuerza de la ilustración y el ejemplo; y en parte como una notable y precisa profecía de lo que pasaría como consecuencia de la sistemática sustitución del principio de cooperación forzada —el principio estatista— por el principio individualista de cooperación voluntaria. Él volvió a publicar cuatro de estos ensayos en 1884, bajo el título El Hombre contra el Estado, que son ahora reimpresos con idéntico título.
El primer ensayo, El Neoconservadurismo, es de primordial importancia ahora mismo, ya que muestra el contraste entre los objetivos y métodos del Liberalismo temprano y aquéllos del liberalismo moderno. Durante estos días, escuchamos grandes reflexiones sobre el Liberalismo, los principios y políticas Liberales, en la conducta de nuestra vida pública. Hombres de todas las clases y condiciones sociales se presentan ante la opinión pública como Liberales; ellos llaman a sus oponentes Conservadores, y consiguiendo de este modo crédito ante el público. En la mente de la ciudadanía, el término Liberalismo se percibe de manera honorable, mientras que el término Conservadurismo —especialmente el “Conservadurismo Económico”— es mirado con cierto reproche. Cabe añadir que estos términos no son nunca examinados; el sedicente Liberal es popularmente aceptado según la fiabilidad de sus pretensiones, y las políticas que son ofrecidas como Liberal se aceptan de manera igualmente irreflexiva. Siendo esto así, es útil para ver cuál es el sentido histórico del término, y para ver en qué medida los objetivos y métodos del Liberalismo actual se corresponden con aquél; y hasta qué punto, por lo tanto, el Liberal de hoy en día tiene derecho a denominarse como tal.
Spencer muestra que el Liberal primitivo era usado sistemáticamente para reducir el poder coercitivo del Estado sobre el ciudadano, siempre que fuera posible. Era usado para reducir al mínimo los momentos en los que el Estado pudiera intervenir coercitivamente sobre el Individuo. Era usado para ampliar continuamente el margen de existencia dentro del cual el ciudadano pudiera ejercer y regular sus propias actividades tal y como él creyera adecuado, libre de control o supervisión Estatal. Las políticas y medidas Liberales, en su concepción originaria, fueron tal y como reflejan estos objetivos. El Conservador, por otro lado, era lo opuesto a dicho objetivos, y sus políticas reflejaron esta oposición. En términos generales, el Liberal se inclinaba constantemente hacia la filosofía individualista de la sociedad, mientras que el Conservador se inclinaba hacia la filosofía Estatista.
Spencer muestra además que como una cuestión de política práctica, el Liberal primitivo procedió a la realización de sus objetivos mediante el método de la derogación. No creando nuevas leyes, sino derogando las antiguas. Es muy importante recordar esto. Dondequiera que el Liberal veía una ley que ampliase el poder coercitivo del Estado sobre el ciudadano, proponía su derogación y dejaba su espacio en blanco. Hubo muchísimas leyes en los Códigos Británicos, y cuando el Liberalismo llegó al poder, derogó una inmensa cantidad de ellas.
En el curso de este ensayo, Spencer describe con sus propias palabras cómo en la segunda mitad del S. XIX el Liberalismo Británico se acercó a la filosofía del estatismo, y renunciando a la derogación de las medidas coercitivas ya existentes, procedieron a superar a los Conservadores en la creación de nuevas medidas coercitivas de una particularidad cada vez mayor. Este fragmento de la historia política Británica tiene un gran valor para los lectores estadounidenses, porque les permite ver hasta qué punto el Liberalismo Norteamericano ha seguido la misma senda. Les permite interpretar correctamente la importancia que ha tenido la influencia del Liberalismo en la dirección de nuestra vida pública durante la primera mitad del S. XX, y percibir exactamente a lo que esa influencia nos ha guiado, qué consecuencias nos ha traído y cuáles son las consecuencias que podemos esperar en el futuro.
Por ejemplo, el Estatismo postula la teoría según la cual el ciudadano no tiene derechos que el Estado esté obligado a respetar; los únicos derechos que el ciudadano tiene son aquéllos que el Estado le otorga, y que el Estado puede atenuar o revocar como le venga en gana. Esta doctrina es fundamental; si no fuese respaldada, todas las formas o modos nominales de Estatismo que vemos en Europa y América —tales como el Socialismo, el Comunismo, el Nazismo, el Fascismo, etc. —colapsarían al unísono. El individualismo practicado por los Liberales Primitivos, sostenía justamente lo contrario; sostenía que los ciudadanos tienen derechos que son inviolables por el estado o por cualquier otra agencia. Esta era la doctrina fundamental; si no fuese respaldada, obviamente todas las formulaciones del individualismo se convertirían en papel mojado. Por otra parte, el Liberalismo Primitivo lo aceptó no sólo como fundamental, sino también como axiomático, evidente. Podemos recordar, por ejemplo, que nuestra carta magna, la Declaración de Independencia toma como fundamento la evidente verdad de esta doctrina, afirmando que el hombre, en virtud de su nacimiento, es dotado con ciertos derechos que son “inalienables”; y afirmando además que es “para garantizar estos derechos” que los gobiernos son establecidos entre hombres. Ningún texto de política proporcionará una descalificación de la filosofía Estatista como el que se encuentra en el primer postulado de dicha Declaración.
Pero ahora, ¿en qué dirección avanza el Liberalismo Norteamericano? ¿Ha tendido hacia un régimen de cooperación voluntaria, o a uno de cooperación forzosa? ¿Han ido sus esfuerzos dirigidos consistentemente hacia la derogación de las ya existentes medidas de coerción estatal, o hacia la creación y fomento de las mismas? ¿Ha tendido incesantemente a aumentar o a reducir el ámbito de existencia dentro del cual el individuo puede actuar como él crea conveniente? ¿Ha contemplado la intervención del Estado sobre el ciudadano incrementándola o disminuyéndola? En resumen, ¿ha exhibido consecuentemente la filosofía del individualismo o la filosofía del estatismo?
Sólo puede haber una respuesta, y los hechos que la avalan son tan obvios que multiplicar los ejemplos sería una pérdida de espacio. Por citar uno de los más llamativos, los Liberales trabajaron duro —y exitosamente— para introducir el principio absolutista en la Constitución por medio de la Enmienda del Impuesto sobre la Renta. En virtud de esta Enmienda es competencia del Congreso no sólo el robo de hasta el último céntimo a los ciudadanos, sino también recaudar impuestos leoninos, discriminatorios, “para la redistribución de la riqueza”, o para cualquier otro propósito que considere conveniente promover. Es difícil concebir una medida que despejase más aún el camino hacia un régimen puramente estatista, que ésta que pone tan magnífico mecanismo en las manos del estado y que le da carta blanca para su utilización contra el ciudadano. Una vez más, la actual Administración está compuesta de rebeldes Liberales, y su trayectoria ha sido un avance continuo y triunfal del estatismo. En un prólogo a estos ensayos, escrito en 1884, Spencer tiene un párrafo en el que resume con una completud notable la historia política de los Estados Unidos durante los últimos 6 años:
“Medidas dictatoriales, rápidamente multiplicadas, han tendido continuamente a restringir las libertades individuales; y lo han hecho de una manera doble. Las leyes han ido aumentando anualmente, dominando al ciudadano en aspectos donde sus acciones no eran controladas, e imponiendo determinadas acciones que anteriormente el ciudadano podía llevar a cabo o no de acuerdo con sus preferencias vitales; y al mismo tiempo cargas públicas más pesadas, principalmente locales, han restringido todavía más su libertad, disminuyendo la porción de sus ganancias que puede gastar como quiera, y aumentando la porción que le es robada para ser gastada como los agentes públicos decidan.”
El recorrido del Estatismo Americano, desde 1932 a 1939, ha seguido estrechamente la senda del Estatismo Británico desde 1860 a 1884. Considerando la forma en que han profesado el Liberalismo, sería muy apropiado y en ningún caso descortés, preguntar al Sr. Roosevelt y su séquito si creen que los ciudadanos tienen algún derecho que el Estado está obligado a respetar. ¿Estarían dispuestos —ex animo, es decir, no con intenciones
electorales— a suscribirse a la doctrina fundamental de la Declaración? Uno quedaría verdaderamente asombrado si ellos la suscribieran. Sin embargo, dicha afirmación podría clarificar la distinción, si es que realmente la hubiera, entre el Estatismo “totalitario” de ciertos países Europeos y el Estatismo “democrático” de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. Es común dar por sentado que existe dicha distinción, pero los que asumen ésta no se molestan en mostrar en qué consiste; y para el observador desinteresado la existencia de aquélla es, por no decir más, no tan obvia.
Spencer acaba El Neoconservadurismo con una predicción que los lectores Americanos encontrarán muy interesante, si tienen en cuenta que fue escrito hace cincuenta y cinco años en Inglaterra y principalmente para lectores Ingleses. Él dice:
“Las leyes promulgadas por los Liberales están aumentando tan profundamente las coacciones y restricciones ejercidas sobre los ciudadanos, que entre los Conservadores que sufren dicha agresividad está creciendo la tendencia a resistirlas. La prueba la proporciona el hecho de que la “Liga por la Defensa de la Libertad y la Propiedad” formada en gran parte por Conservadores, ha tomado por lema, “individualismo versus Socialismo”. Por lo tanto, si la tendencia actual de las cosas continúa, puede eventualmente suceder que los Conservadores serán defensores de las libertades al lado de los Liberales, en la búsqueda del bienestar popular, que ha sido pisoteado.”
Esta profecía ya se ha cumplido en Estados Unidos.
Los ensayos posteriores a El Neoconservadurismo no parecen requerir una introducción o explicación especial. En buena parte, tratan las razones por las cuales se ha generado un rápido deterioro social tras el avance del Estatismo, y por qué, salvo que dicho avance sea controlado, seguirá un deterioro aún más firme que terminará en desintegración. Todo lo que el lector Americano necesita hacer a medida que lee estos ensayos es trazar un continuo paralelismo con el avance del Estatismo en Estados Unidos, y señalar en cada página la fuerza y precisión de las previsiones de Spencer, confirmadas por la secuencia continua de los acontecimientos desde que sus ensayos fueron escritos. El lector puede ver claramente a qué ha llevado dicha secuencia en Inglaterra —una condición en la que el poder social ha sido tan ampliamente confiscado y convertido en poder del Estado que ahora no hay suficiente para pagar las facturas del Estado; y en la que, como consecuencia necesaria, el ciudadano está en un plano de completa y abyecta esclavitud estatal. El lector también percibirá lo que sospechaba que era indudable, que esta condición que hoy existe en Inglaterra no parece tener cura. Incluso una revolución exitosa, si tal cosa fuera concebible, contra la tiranía militar que supone el último recurso del Estatismo, no conseguiría nada. La gente estaría tan profundamente adoctrinada por el Estatismo después de la revolución como ya lo estaban antes, y por lo tanto la revolución sería una no revolución, sino un coup d´Etat, mediante el cual el ciudadano no ganaría nada más que un mero cambio de opresores. Ha habido muchas revoluciones en los últimos veinticinco años, y esto ha sido el resumen de su historia. Estas revoluciones no son más que un testimonio admirable de la gran verdad que supone que no puede haber una acción correcta salvo que haya un pensamiento correcto tras ella. Mientras la fácil, atractiva y superficial filosofía del Estatismo mantenga el control de las mentes de los ciudadanos, ningún cambio social beneficioso podrá ser efectuado, ya sea por medio de la revolución por cualquier otro.
Dejemos al lector que construya por sí mismo las conclusiones que él vea que encajan de acuerdo con las condiciones que actualmente imperan en Estados unidos, y a que haga las inferencias que él crea razonables respecto a aquéllas que serían naturalmente importantes. Parece altamente probable que estos ensayos serán de gran ayuda para el lector; mayor aún, quizás, que cualquier otra obra que pudiera estar a disposición del lector.
Albert Jay Nock
Narragansett, R. I.
25 de octubre de 1939
PRÓLOGO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL
El Hombre contra el Estado es sin duda la obra más conocida de Herbert Spencer. Esta compilación de cuatro ensayos es una defensa del individualismo contra el mayor de sus agresores, el Estado y la clase política.
Spencer (1820 — 1903) fue un autodidacta que se opuso siempre a la autoridad coercitiva del Estado. Estuvo muy influenciado por su padre —profesor de matemáticas— y su tío Thomas Spencer, pastor metodista que menciona en este libro. Ambos contribuyeron poderosamente a su formación liberal y revolucionaria. Escribió en el periódico radical The Nonconformist y posteriormente, y dejando ya su carrera como ingeniero, en The Economist, en aquel entonces, y no como ahora, una publicación radical que defendía a ultranza las ideas del libre mercado y el individualismo.
En el presente libro Spencer nos muestra dos principios ligados, a saber: que las personas han de actuar en su propio interés sin interferencia del Estado, y que los políticos y gestores públicos son capaces de generar más daños a la sociedad que beneficios. En las siguientes páginas Spencer muestra números ejemplos del desastre que representa la gestión del Estado y cómo ésta acaba volviendo a la gente en poco más que unos borregos dependientes del favor político. El libro es, sin duda alguna, premonitorio. El lector verá ejemplos que podemos palpar ahora mismo en nuestra sociedad. El autor liberal Roderick T. Long calificó a Spencer en la revista The Freeman (Julio/Agosto de 2004) como un profeta de los sucesos que acontecerían en los S. XX y XXI. Y es que, a pesar de que El Hombre Contra El Estado fue escrito hace casi 130 años, las críticas de Spencer son tan vivas como las noticias que leemos en la prensa hoy. El lector tiene en sus manos una oportunidad para ver cómo las atrocidades intervencionistas del pasado se repiten. Veremos a Spencer criticar la educación del Estado, el belicismo, las presiones de los burócratas para restringir el comercio con la fijación de precios, de producción, o las absurdas leyes de salubridad (hoy día muchas de ellas llamadas “ecologistas”) que solo sirven para aumentar el precio de los servicios y productos finales, favorecer la destrucción de empleos y de la economía; cuyo único fin subyacente no es más que la compra de votos, la irresponsabilidad política y las creencias personales de tiranos situados en el parlamento. Y es que Spencer ya vio la absurdidad de que unos funcionarios corruptos del Gobierno impusieran sus creencias a los ciudadanos. Es la peor de las arrogancias y sinsentido de la política.
Esta arrogancia es lo que jamás han visto los colectivistas de todas las épocas. Socialistas y conservadores creen que el hombre ha llegado a su esplendor moral pudiendo hacer una sociedad perfecta mediante la violencia de las leyes y la imposición. Pero como el propio Spencer afirma, son los individuos quienes crean la sociedad con su diversidad y acciones haciendo posible el progreso. No son las leyes las que hacen al hombre virtuoso, sino mezquino, irresponsable y egoísta. Precisamente estamos en un país donde la intervención desmedida del Estado muestra la epidemia del colectivismo y la “solidaridad” a punta de pistola. Leyes de “violencia de género” que son usadas por las mujeres para acusar falsamente a sus maridos y así sacar réditos. Personas que aún trabajando, se apuntan a las listas del desempleo para cobrar una subvención perpetua. Empresas que viven totalmente de las subvenciones morales del momento, muy especialmente las ecologistas y renovables con beneficios astronómicos y que cotizan en el Ibex-35. Personas que agarrándose a leyes injustas ocupan propiedades ajenas bajo la protección del Estado u organizaciones como sindicatos y patronal, que bajo la gran mentira de la representación, reciben millones de euros que solo hacen servir en sus intereses personales y corporativistas. Curiosamente, en la misma época que Spencer publicaba esta obra, Nietzsche nos decía la gran mentira que es el Estado (Así habló Zaratustra, 1883):
“¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Abridme ahora los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos. Estado se llama el más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: ‘Yo, el Estado, soy el pueblo’. ¡Es mentira!”
En numerosas ocasiones Spencer usa esta gran falacia del bien público para desmontar la gran mentira que bajo ella se oculta: el latrocinio y el crimen: “Hasta ahora —nos dice Spencer en boca del Estado— has sido libre de gastar esta parte del fruto de tu trabajo como más te guste, de ahora en adelante desaparece esa libertad. Nos apoderaremos nosotros de dicha parte para invertirla en beneficio del público”.
Incluso, identifica más claramente la esencia del Estado al afirmar que:
“Sea cierto o no que el hombre es hijo de la inquietud y está concebido en el pecado, indudable es que el Gobierno ha nacido de la agresión y por la agresión.”
Aunque a primera vista esta sentencia nos pueda sonar a hobbesiana, el propio autor desmiente al creador del Leviatan afirmando que la violencia contra la sociedad no la hace más virtuosa. De una forma rudimentaria nos plante la falacia de Hobbes: si el hombre es destructivo e incapaz de vivir en comunidad de forma libre, ¿tiene sentido que cojamos a uno de esos hombres y lo proclamemos rey, Presidente de una nación o mandatario dándole el poder absoluto sobre el resto? El monopolio de la fuerza, inexorablemente, convertirá cualquier sistema en una tiranía. Y es que a lo largo de la historia todos los sistemas siempre han sido oligarquías, incluso el del rey absoluto. Da igual que llamemos al sistema democracia parlamentaria, federal, república o Estado del Bienestar sin más.
En el libro también veremos cómo el autor denuncia la cultura del hedonismo que tanto ha proliferado hoy día. Spencer ataca a los que no tienen trabajo, a aquellos que ocupan su tiempo en tabernas y viendo espectáculos callejeros. Su dura crítica fue contestada con el clásico sentimentalismo de las mentes colectivas: “pobre gente, no tienen trabajo” le recriminaban al autor. A lo que Spencer les responde que son ellos los que voluntariamente no tienen oficio ni beneficio viviendo del sudor de otros trabajadores, del Estado, de sus mujeres o padres. ¿Es lógico loar a este tipo de rentista que vive del Estado? Inevitablemente nos vienen a la mente las protestas de los llamados Indignados del 15M cuya única demanda no es un futuro de libertad personal, diversidad, libre mercado, eliminación de las barreras gubernamentales, impuestos, leyes al comercio, trámites administrativos, apertura de los mercados, eliminación de tasas, subvenciones y leyes favorables a los monopolios. No, estos indignados reclaman vivir de la coerción del Estado. “Qué el Estado nos pague una renta básica para vivir, un piso, una jubilación, una manutención” a costa siempre de la sociedad. ¿Y quién es esta sociedad? No es el Estado, porque éste no produce nada. El Estado solo es un ladrón, un comisionista autoimpuesto. El que sufraga y paga los excesos de la oligarquía y sus clientelistas es el hombre medio que cada mañana va a trabajar para sacar su vida adelante. El comercial, el abogado, el farmacéutico, el quiosquero, el albañil, el peón o el dependiente de un comercio son los que pagan los caprichos del político y los abusos que genera el Estado del Bienestar. Los colectivistas que atacaron a Spencer ganaron y han hecho de nuestra sociedad lo que es hoy, un paraíso de bienestar lleno de horrores donde el ciudadano medio es el esclavo de una minoría parasitaria y de una oligarquía política y empresarial que a base de populismo consigue votos del sector más improductivo de la sociedad. ¿Es justo que el Estado se apropie del 50% de nuestro esfuerzo laboral, del 21% de nuestras inversiones, de más del 50% de la gasolina que usamos para desplazarnos, del 80% del precio final del tabaco que compramos y más del 50% del alcohol que consumimos sin nombrar la lista inacabable de lo que pagamos cada día al Gran Ladrón? Más aún, el Estado, como vemos cada día en la prensa es insolvente, tiene un déficit astronómico y emite una deuda casi impagable que solo los bancos nacionales adquieren para comprar favores políticos a costa de inyectar dinero barato que tarde o temprano produce inflación crediticia. Un sistema tan viciado y perverso es ética y económicamente insostenible.
La estrategia del victimismo, de la falsa solidaridad, de la culpa social y del colectivismo es el rentable negocio de una minoría que ha dejado en la miseria a una próspera nación y continente. Una vez más, Spencer se expresa de forma demoledora: “Hay una opinión muy preconizada y que siempre ha prevalecido más o menos, según la cual todo mal social puede y debe ser remediado por unos u otros. Esta creencia es errónea. Separar la pena de la mala conducta es luchar contra la naturaleza de las cosas, y el pretenderlo solo conduce a agravar la situación”. Esto es, la intervención estatal y lo que al final quedaría como lo que hoy se denomina Estado del Bienestar, conduce irremediablemente a una sociedad irresponsable, una sociedad con caprichos de niño que pretende vivir del trabajo de otros.
Desafortunadamente, en la figura de Herbert Spencer podemos ver también una deriva del liberalismo radical y revolucionario al pragmatismo e incluso conservadurismo. Se obsesionó con el darwinismo social y todo su ímpetu descafeinó su espíritu de laissez faire radical. Aún así, su obra ha influenciado a muchos otros autores. Murray Rothbard lo clasificó como uno de los precursores del Anarcocapitalismo moderno (el único liberalismo lógico y consecuente). Auberon Herbert fue discípulo de Spencer y uno de sus mejores alumnos, creador intelectual del Voluntarismo. Spencer tuvo mucha influencia sobre el mismo Henry Hazlitt, conocido periodista americano detractor del keynesianismo y las reformas del New Deal. En otras palabras, tenemos en nuestras manos a un autor excepcional en la historia que esgrime ideas políticamente incorrectas con la suficiente gracia y sentido común como para hacer reflexionar al lector. Muy especialmente, la obra de Spencer es tan actual y viva como hace 130 años. Al final triunfó el socialismo y el colectivismo, pero ahora nosotros podemos cambiar el futuro leyendo otra vez a uno de los grandes. Un autor que se ha convertido en un clásico merecido.
Jorge Valín
Barcelona
Mayo de 2012
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN AMERICANA
La Westminter Review de abril de 1860 contenía un artículo titulado Reforma Parlamentaria: los peligros y las defensas. En este artículo me aventuré a predecir algunos resultados de los cambios políticos propuestos entonces.
Reducida a su más simple expresión, la tesis mantenida era que, salvo que se adoptaran las debidas precauciones, al incremento de libertad teórica seguiría un decrecimiento de libertad de facto. Nada ha sucedido para hacerme alterar la creencia que expresé. Desde entonces, la legislación promulgada ha sido de la clase que predije. Medidas dictatoriales multiplicadas con rapidez, han tendido continuamente a constreñir las libertades de los individuos. Esto lo han llevado a cabo de dos maneras. Han sido promulgadas reglamentaciones, en números anualmente crecientes, restringiendo al ciudadano en esferas donde sus acciones eran anteriormente libres y obligándolo a acciones que previamente podía realizar o no, según su deseo. Al mismo tiempo, pesadas cargas públicas —principalmente locales— han restringido más su libertad disminuyendo la parte de su salario que podía gastar como quisiera y aumentando la parte que se le recauda para que dispongan de ella los funcionarios.
Las causas de estos efectos predichos, entonces en operación, siguen rigiendo, y es posible que se acentúen. Habiendo hallado que las conclusiones inferidas con respecto a estas causas y efectos se han probado como ciertas, me he visto inducido a expresar y subrayar conclusiones semejantes relativas al futuro, y a hacer lo poco que puede hacerse para despertar la atención hacia los males que nos amenazan.
Con este propósito fueron escritos los cuatro ensayos siguientes originalmente publicados en la Contemporary Review de febrero, abril, mayo, junio y julio de este año. Para hacer frente a determinadas críticas y prevenir objeciones que pudieran surgir he añadido un post scriptum.
Herbert Spencer
Bayswater
Julio de 1884
EL NEOCONSERVADURISMO
La mayor parte de los que ahora se consideran liberales son una nueva clase de conservadores. Ésta es una paradoja que me propongo justificar. Para ello debo mostrar, en principio, lo que fueron los dos partidos políticos en su origen; y debo pedir al lector que me aguante mientras le recuerdo hechos con los que está familiarizado, pues así fijaré en él la naturaleza intrínseca del conservadurismo y del liberalismo propiamente dichos.
Remontándome a un período más antiguo que sus nombres, al principio, los dos partidos políticos representaban dos tipos opuestos de organización social, susceptibles de ser distinguidos, en términos generales, como el militar y el industrial. Se caracterizan, el uno por el régimen de Estado, casi universal en los tiempos antiguos, y el otro por el régimen de contrato, que ha llegado a ser general en la actualidad, principalmente entre las naciones occidentales, y en especial entre nosotros y los americanos. Si en lugar de usar la palabra cooperación en un sentido limitado la usamos en uno más amplio, como significando las actividades combinadas de ciudadanos bajo cualquier sistema de regulación, entonces estos dos podrán definirse como el sistema de la cooperación obligatoria y el sistema de la cooperación voluntaria. La estructura típica del uno la vemos en un ejército formado por hombres reclutados, donde las unidades, en sus diversos grados, tienen que obedecer órdenes bajo pena de muerte, y reciben alimento, vestido y sueldo, distribuidos arbitrariamente; mientras que la estructura típica del otro la observamos en un cuerpo de productores o distribuidores, quienes acuerdan recibir una recompensa especificada en devolución por servicios especificados, y pueden, a voluntad, previo aviso, abandonar la organización si no les agrada.
Durante la evolución social en Inglaterra, la distinción entre estas dos formas de cooperación, -fundamentalmente opuestas-, hizo su aparición de un modo gradual; pero mucho tiempo antes de que los nombres conservadores y liberales llegaran a usarse, se pudo seguir la huella de los partidos y se mostraron vagamente sus conexiones respecto al militarismo y al industrialismo. Sabemos que, tanto aquí como en otras partes, fue en las ciudades populosas formadas de trabajadores y comerciantes acostumbrados a cooperar bajo el régimen de contrato donde se llevaron a cabo resistencias a aquella reglamentación coercitiva que caracteriza la cooperación bajo el Estado. De manera inversa, la cooperación bajo el Estado, debiendo su origen y ajustándose a una guerra crónica, siguió sufriéndose en los distritos rurales poblados en principio por jefes militares y sus subordinados, donde continuaban las ideas y tradiciones primitivas. No obstante, este contraste, manifestado en las tendencias políticas antes de que los principios liberales y conservadores llegaran a distinguirse claramente, continuó mostrándose en adelante. En el período de la revolución, mientras las villas y los más pequeños pueblos fueron monopolizados por los conservadores, las grandes ciudades, los distritos manufactureros y los puertos comerciales constituían el baluarte de los liberales. Y eso, a pesar de las excepciones, la relación general, como aún existe, no necesita probarse.
Así era la naturaleza de los dos partidos que les imponía su origen. Observamos ahora cómo estas naturalezas les fueron impuestas por sus hechos y doctrinas primitivas. El liberalismo empezó con la resistencia opuesta a Carlos II y su camarilla, en sus esfuerzos por restablecer un poder monárquico sin restricciones. Los liberales consideraban la monarquía como una institución civil establecida por la nación para beneficio de todos sus miembros, mientras que para los conservadores el monarca era el delegado del cielo. Estas doctrinas envolvían la creencia, para la una, de que la sujeción de los ciudadanos al gobernante era condicional y, para la otra, de que era incondicional. Describiendo a Liberales y Conservadores, tal y como se los concebía a finales del siglo XVII, cincuenta años antes de que escribiera su Dissertation on Parties, Bolingbroke, dice:
“El poder y la soberanía del pueblo, un contrato original, la autoridad e independencia del Parlamento, libertad, resistencia, exclusión, deposición, abdicación, éstas eran ideas que se asociaban en aquel tiempo al concepto de liberal, y se suponían para cada liberal que eran inconciliables e incompatibles con el concepto de conservador.”
“Derecho divino, hereditario, inconmutable, sucesión lineal, obediencia pasiva, prerrogativa, no resistencia, esclavitud, voto negativo y, en ocasiones, también papismo, se asociaban por muchos al concepto de conservador y se suponían incompatibles igualmente con la idea de liberal.” Dissertation on Parties, p. 5.
Si comparamos estas descripciones, vemos que en un partido existía el deseo de resistir y socavar el poder coercitivo del gobernante sobre el gobernado, y en el otro de mantener y acrecentar este poder. Esta distinción en sus intentos -distinción que trasciende en significación e importancia a todas las demás distinciones políticas- se manifestó en las primeras empresas. Los principios liberales se ejemplificaron en el Acta del Habeas Corpus, y en la medida por la que los jueces fueron declarados independientes de la Corona; en la derrota del Bill de No-resistencia, que proponía para los legisladores y funcionarios el juramento obligatorio de que no resistirían al rey por las armas, en ningún caso; y últimamente, en el Bill de Derechos dirigido a asegurar a los gobernados contra las agresiones monárquicas. Estas actas tenían la misma naturaleza intrínseca. El principio de la cooperación obligatoria en la vida social fue debilitado por ellas, y reforzado el de la cooperación voluntaria. En un período posterior, la política del partido tuvo la misma tendencia general, y esto se manifiesta muy bien en una nota de Mr. Green sobre el poder liberal después de la muerte de la reina Ana:
“Antes de haber transcurrido cincuenta años de su reinado, los ingleses habían olvidado que era posible perseguir a alguien por diferencias de religión, suprimir la libertad de prensa, cometer arbitrariedades con la administración de justicia o gobernar sin Parlamento.” Short History, p 705.
Y ahora, pasando por alto el período de guerra que cierra el último siglo y empieza éste, durante el cual la extensión de la libertad individual previamente ganada se perdió y el movimiento reaccionario hacia el militarismo se manifestó en toda clase de medidas coercitivas, desde aquellas que se apoderaron por la fuerza de personas y propiedades de ciudadanos para necesidades de guerra, hasta las que suprimieron las reuniones públicas e intentaron amordazar la prensa, recordemos los caracteres generales de los cambios efectuados por los liberales después que el restablecimiento de la paz permitió el resurgir del régimen industrial y volvió a su peculiar tipo de estructura. Merced a la creciente influencia de los liberales, se derogaron las leyes que prohibían las asociaciones entre
artesanos, así como las que entorpecían su libertad de viajar. Hubo otra medida, de inspiración liberal, por la que se permitió a los disidentes profesar sus creencias sin sufrir determinadas penas civiles; e igualmente otra disposición, dictada por los conservadores debido a la presión liberal, que capacitó a los católicos para profesar su religión sin menoscabo de su libertad. El área de la libertad se extendió por Actas que prohibían la trata de negros y su mantenimiento en esclavitud. Se abolió el monopolio de la compañía de las Indias Orientales y se abrió para todos el comercio con Oriente. El Programa de Reformas y el Programa de Reformas Municipal disminuyeron el número de los no representados, de forma que tanto en la nación como en el municipio la mayoría dejó de estar bajo el poder de la minoría. Los disidentes no fueron obligados por más tiempo a someterse al matrimonio eclesiástico, y se les permitió casarse civilmente. Llegó más tarde la disminución y supresión de restricciones para comprar mercancías extranjeras y para emplear barcos y marineros extranjeros. También, después, la eliminación de la censura de prensa que se había impuesto para impedir la difusión de las opiniones. Es evidente que todos estos cambios, fueran debidos o no a los mismos liberales, se hallaban en armonía con principios sostenidos y profesados por los liberales.
……………
Texto de dominio público. Para visualizar el texto completo o descargar el PDF pulse aquí.
- Los límites de la acción del Estado -Guillermo von Humboldt - 06/07/2022
- EL ORIGEN HISPANO DEL LIBERALISMO CRISTIANO - 31/03/2022
- ´Frederic Bastiat–“La Ley” y otros ensayos - 24/03/2022