- Errores y mentiras - 15/08/2020
A veces lo más improbable sucede y cambia nuestras vidas, como ha ocurrido con la distopía, hecha realidad, de la crisis por la Covid-19. Algún día saldremos de esta pesadilla y quedará en ese recuerdo que iremos relatando a las generaciones futuras; sin embargo, el problema no sólo es cuándo se conseguirá, sino también qué cambios inducirá en la sociedad y en nuestros valores éticos, pues es muy difícil transcurrir indemnes por lo que estamos viviendo. En este artículo se realiza una aproximación de pensamiento liberal, sobre las potenciales lecciones que debemos aprender en dos aspectos concretos: los errores y las mentiras políticas que han acompañado a esta pandemia.
Un error es un fallo inherente a cualquier proceso, pero del que se debe aprender para corregir comportamientos y enmendar actitudes, así se avanza; sin error no se aprende se suele decir, pero en realidad sólo se aprende si esos errores se detectan, se analizan y se obtienen conclusiones de mejora. Como decía Karl Popper el error siempre existirá, la opción es diseñar mecanismos de control para detectarlo a tiempo y evitar mayor daño. Hubo errores iniciales en subestimar la gravedad del problema. La ciencia lleva décadas informando de los peligros de nuevas enfermedades infecciosas, como consecuencia de dos factores: la alteración de nichos ecológicos por la actividad humana, junto con la globalización debida al incremento del transporte. Nadie atendió a esos avisos. Probablemente, por un exceso de confianza en los éxitos de la propia ciencia, se tenía la idea que las plagas eran algo medieval imposible de repetir, a lo que se añade la dificultad del cerebro humano de asumir situaciones a largo plazo. Ya en este siglo tuvimos varios brotes de Ébola, pero con muy reducida extensión al mundo occidental, y varias alarmas respiratorias (gripe A, SARS-Cov-1 y MERS-Cov), aunque suavizadas por la difícil transmisión con portadores asintomáticos; los efectos no fueron importantes y en algún caso se acumularon grandes dosis de fármacos que nunca se usaron (e.g. gripe A). Muchos científicos postularon que algo más grave podría llegar y nadie escuchó. Cuando surgió el SARS-Cov-2 casi todo el mundo pensó que sería más de lo mismo y que no había que caer en el alarmismo, pero este virus era diferente. Quizá sufrimos el engaño cognitivo de la fábula “Pedro y el lobo”: tanto avisar que viene el lobo y nunca llegaba que cuando apareció nadie se lo tomó en serio. ¿Fallaron los sistemas de alerta?, ¿pecó el gobierno chino de opacidad en los primeros momentos?, es pronto para decirlo a falta de evaluaciones imparciales. No obstante, hay más agentes infecciosos que pueden generar pandemias. Enfrentarse a esos retos supone un coste económico, pero esa degradación del liberalismo que es el neo-liberalismo sólo considera una variable de la ecuación liberal: la economía. Sin embargo, aunque una crisis económica afecta a la salud, sin salud es imposible ningún tipo de economía.
No obstante, a principios de febrero ya se conocía la gravedad del virus y aun así algunos gobiernos optaron por no hacer acúmulo de respiradores y equipos de protección individual (EPIs), algo que en España resultó dramático. También fue un error la estrategia de buscar la “inmunidad de rebaño” (más del 60% de la población con anticuerpos), como la seguida por Suecia e inicialmente por el Reino Unido y EEUU. Curiosamente la “inmunidad de rebaño” era un abordaje apoyado por diferentes expertos, tratando de evitar confinamientos para no dañar el PIB y controlando el número de ingresos hospitalarios. La ciencia tiene como objetivo la verdad, pero eso no implica que los científicos no se equivoquen. Sólo Suecia se mantiene en la idea inicial, pese a la enorme desproporción de victimas respecto al resto de los países bálticos que eligieron el confinamiento; puede que piensen que sería peor cambiar, aparte de la peculiar idiosincrasia existencial sueca, pero los datos sostienen que se equivocan. Asimismo, un grave fallo en el mundo occidental es carecer de una actitud proactiva en la búsqueda del virus y a esto se añade el no limitar la capacidad hábil en el transporte público.
En España la respuesta fue tarde y mejorable, lo cual llevó a un cuasi-colapso del sistema sanitario en algunas grandes ciudades (especialmente Madrid y Barcelona), con una gran cantidad de fallecidos y afectados, pese a imponer un estricto confinamiento que paralizó el país para doblegar el golpe inicial. Una equivocación fue no contar con los veterinarios (es una zoonosis), ni con los equipos de PCR y personal técnico de Universidades y Centros de Investigación. Un error inicial fue fiarse de los tests serológicos rápidos, de dudosa eficacia y menos sensibles que las pruebas de PCR. La desescalada se inició de forma relativamente ordenada, siendo más caótica al final, en la mal llamada “nueva normalidad”. Así, un paso en falso fue abrir los centros de ocio, pensando en el turismo, o la agricultura de recolección (con temporeros) sin tener dispuestos sistemas de control, ni pautas a seguir; a esto se añade, el grave fallo de muchas CCAA de no invertir en formar equipos de rastreo, junto a la ausencia de políticas preventivas coordinadas. Tal vez hubo premura en abrir sectores vinculados al turismo; algo necesario para nuestro PIB, pero que debería ser realizado con los controles adecuados para dar seguridad y evitar el efecto boomerang de cancelaciones. A todo ello hay que sumar la percepción errónea -por parte de algunos- de que el fin del confinamiento significaba el fin del virus, la pobre educación cívica de los españoles en general (donde el egoísmo se impone al ser ejemplar); todo en un coctel peligroso que nos ha llevado a liderar en agosto los países europeos con mayor número de nuevos contagios.
Pero tal vez el mayor fallo no viene de ahora, si no del crack de 2008 y como se abordó (especialmente en España) con políticas de ajuste duro que dejaron tocados tres sectores claves: Sanidad, Educación y Ciencia. Los recortes en sanidad pública dañaron a la joya de la corona de nuestro estado del bienestar: la atención primaria y especializada, con disminución de personal auxiliar y médico, sobrecarga de trabajo y medios obsoletos, y ahora nos sorprendemos de la UCIs colapsadas. La educación ha sido masacrada desde la Transición, con leyes educativas que eran derogadas al cambiar el color del ejecutivo. Los ajustes incidieron en una desmotivación del personal docente, una menor formación cívica de la ciudadanía y una limitada o nula incorporación de nuevas tecnologías (TICs). Durante los meses de confinamiento se improvisó, usando buenamente medios telemáticos, pero las perspectivas de clases presenciales son dudosas para este otoño y la digitalización docente sigue en mantillas. Igualmente, es difícil improvisar la investigación científica. España había alcanzado en la primera década de este siglo un alto escalón en I+D, pero desde 2008 -con los recortes en inversiones- la situación viró en un continuo deterioro, no sólo en la investigación básica, sino también aplicada. El resultado ha sido la pérdida de competitividad y, en esta pandemia, la capacidad de actuación de nuestra I+D fue anecdótica. Las perspectivas son terribles, con la ciencia de florero para justificar decisiones políticas. Hacemos lo contrario que las grandes potencias, las cuales en momentos graves aumentan las inversiones en I+D; la actividad científica no es un lujo, sino la mejor forma de evitar pobreza. El problema español con la ciencia se debe a la incomprensión de los políticos de sus fundamentos y necesidades; no sólo es un tema de inversión, sino también de una legislación alejada de los ritmos de la investigación, pues no valora -ni asume- la peculiaridad distintiva de la I+D.
La mentira es una falta ética y la mentira política es un grave atentado contra las bases democráticas de una sociedad y un insulto a la ciudadanía. Parafraseando el inicio de Ana Karenina se puede decir que “todos los gobierno honrados se parecen unos a otros, pero cada gobierno mentiroso lo es a su manera”. ¿Hubo mentiras en la gestión de la crisis sanitaria?: parece que sí y en muchos países. Por sus dramáticas consecuencias destaca la vía negacionista que fue el camino de Brasil y Bielorrusia (y al inicio de Méjico y EEUU). Esta opción carece de base científica, es una terrible falsedad, y fue adoptada por motivos ideológico-económicos.
Enfocando en España hay al menos cuatro grandes mentiras del gobierno central:
1.- La semana previa al 8 de marzo se insistió que no había ningún problema para los actos programados con presencias masivas, cuando ya se sabía la gravedad y se habían suspendido (por orden del gobierno) todo tipo de Congresos, Conferencias y Reuniones médico-científicas. Al lunes siguiente todo cambió.
2.- Durante el primer mes de confinamiento se insistió por parte del gobierno que las mascarillas no eran necesarias, pues no protegían. Luego se recomendaron y después eran obligatorias. No es que con el tiempo surgieran más datos que apoyaran el uso, pues en virología ya se conocía su importancia. El problema es que en esas semanas ni había mascarillas, ni otros EPIs, para el personal sanitario y cuerpos esenciales. En lugar de decirlo se optó por la mentira, con un comportamiento de infantilización de la ciudadanía, tal vez considerando que la población no podría asumir tanta dosis de realidad.
3.- En el proceso de “desescalada” el gobierno argumentó que los criterios, para aprobar qué CCAA pasaban de fase, eran los de un comité de expertos externos y al que se quiso mantener anónimo (para evitar presiones, según dijeron); comité al que se refería el Presidente Pedro Sánchez, como soporte de sus decisiones. Luego se supo que nunca existió tal comité, sino que eran miembros del propio Centro de Alertas y del Ministerio de Sanidad.
4.- Finalmente está la grave mentira de los fallecidos. El gobierno sigue empeñado en mantener un dato oficial de muertos por la Covid-19 que es muy inferior a lo que se puede deducir de las cifras del INE y del registro de mortalidad (MoMo), si se compara el mismo periodo con la media de los últimos 6 años. Tal vez, el asociar menor mortalidad con mejor gestión pueda explicar el objetivo de esa torpe manipulación de las cifras.
El problema de la mentira política es que no sólo envilece a quien la realiza, sino que contamina el comportamiento de la ciudadanía al perderse la ejemplaridad de los que ostentan mayor poder y puede llevar a justificar esas actitudes usando el principio del mal menor; pero no existe ningún mal menor, sólo está el mal.
Los anteriores errores y mentiras, tal vez aclaren lo ocurrido y sería esperable que, de su análisis y reflexión individual, cada uno pueda extraer alguna luz para el futuro.
Gracias, un buen resumen de lo que llevamos y que, habida cuenta de que nuestros administradores no aprenden de los errores ni el común de la población ni de errores ni de mentiras, nos indica lo que nos espera: más de lo mismo, es decir incompetencia interesada en la gestión de lo que falta por llegar, tanto sanitaria como económicamente. La verdad, dan ganas de cambiarse de nacionalidad.
Excelente análisis de la evolución de la pandemia. Sin embargo, creo que se podría completar con otro en el que se analizara la conveniencia de revisar la actuación de los organismos internacionales (OMS), la transparencia en situaciones sanitarias y la verificación de los laboratorios y procedimientos de investigación con microorganismos patógenos.
Acertado, riguroso y ecuánime en la evaluación de la gestión de esta terrible situación que nos ocupa. Resumible en: Se gestiona la psique y la comunicación, no la situación.
Un abrazo,
Angeles