Lo que de verdad importa

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Personas

"People Behind Us In Hyde Park" by rileyroxx is licensed under CC BY 2.0

En estas anómalas vacaciones de un verano que se podría parecer a otro cualquiera, si no fuera por las temperaturas en ascenso -lo mismo que los contagios de la pandemia- regresan las viejas canciones que alguna vez ofrecían significado a una vida en la que las referencias básicas -como las profundas raíces de las hayas del Pirineos navarro- siempre parecen necesitar de asideros. Revisitar la voz de Gilbert Bècaud y su L’important c’est la rose tiene su interés en este contexto, cuando lo que de verdad importa parece oculto para tantos. Ese viejo clochard, que era Bècaud, residente en un barco amarrado al Sena y amigo de François Mitterrand, tenía en la rosa puesta la comprensión de sus inquietudes más íntimas. Algunos pensarían -quizás a causa de su relación con el líder socialista francés- que su rosa contenía un puño cerrado sobre ella, pero yo prefiero creer en una relación algo más poética: la expresión de lo que tiene de verdad sentido en la vida; y, en la vida, la política apenas sí es capaz de resolver los problemas de las gentes, es más frecuente que los agrave.

Hay canciones para todas las vidas -como los cuentos que se sabía, todos, León Felipe-. Una de ellas se debe al cantante de origen canadiense pero de ámbito universal, Leonard Cohen, y se titula The Future. La pieza tiene su historia. Cuentan que en noviembre de 1989, con ocasión del derrumbamiento del Muro de Berlín, un grupo de amigos rodearon al poeta y cantante invitándole a que se sumara a la fiesta por la alegría de que finalmente hubiera caído el símbolo y la frontera entre los dos mundos, el libre y el opresor, de modo que la civilización podría reconciliarse consigo misma, en un nuevo cosmos de valores y derechos democráticos. Pero Cohen declinaría tomar parte en la celebración, se encerró en una habitación y empezó a pergeñar las estrofas de esa canción, que, además de asegurar, I’ve seen the future, brother, it is murder, anuncia en uno de sus pasajes:

There’ll be the breaking of the ancient western code,

Your private life will suddenly explode,

There’ll be phantoms, there’ll be fires on the road,

And the white man dancing.

No existe una comunidad internacional

Han pasado más de 30 años desde entonces, y el tiempo -que es sabio por viejo- ha dado la razón al autor de The Future.  El viejo orden occidental está al borde del colapso. Como dice Stephen D. King[i], “no existe una ‘comunidad internacional’ permanente. En su mayor parte, las naciones actúan en su propio interés (…), en un mundo incierto y a veces caótico, creando alianzas temporales que pueden durar semanas, meses, años o décadas, pero que están siempre en peligro de desmoronarse eventualmente”.

El consenso que seguiría a la Segunda Guerra Mundial, las instituciones que fueron creadas después de aquel desastre -el FMI, el GATT, la OTAN y, más tarde, la Unión Europea- se encuentran en una situación de permanente crisis y de urgente reforma. En cuanto a la ONU, gracias al derecho de veto de sus miembros permanentes, sus resoluciones no pasan de ser un conjunto de contradicciones. Además, según el autor citado, cada vez esos países representan una menor parte del mundo: en 1950, su población total representaba a 898 millones de personas -por encima del 35% de la población-; en 2015, aunque su población total había crecido hasta los 2.000 millones, su parte en el total ha decrecido hasta el 27%; y para 2100, su población se reducirá hasta 1.700 millones y su participación total en el conjunto mundial será de un 15%.

Otras asambleas de países que se han venido produciendo en los últimos años -como es el caso del G7, una reunión de naciones ricas, integrada por Canadá, Francia, Italia, Alemania, Reino Unido y EEUU-, cuya población creció desde los 464 millones, en 1950, hasta los 755 millones en 2015; se verá aumentada -fundamentalmente como consecuencia de la inmigración- hasta alcanzar los 850 millones en el año 2100. Pero su participación en el total global pasará del 18% en 1950 a un 7,7% en 2100.

La globalización

En paralelo a esta falta de legitimación de los organismos internacionales, una corriente muy profunda ha atravesado a los países, destruido la capacidad decisoria de las naciones y modificado las ligaduras de las empresas con referencia a sus estados: la globalización. Ésta ha invadido, además, todas las esferas de nuestro conocimiento, nuestros gustos, nuestro ocio, nuestra manera de vivir. Aceptamos la globalización como algo inevitable pero, a la vez, la criticamos como causa de la pobreza y como amplificadora de la brecha de desigualdad que ya existía entre nosotros. Y, sin embargo, de acuerdo con el Banco Mundial: El mundo consiguió el objetivo de Desarrollo del Primer Milenio de reducir la tasa de pobreza de 1990 a la mitad para 2015, cinco años antes de lo previsto. En octubre de 2015, el Banco Mundial realizó la previsión de que el número de personas que vivirán en situación de extrema pobreza se habrá reducido un diez por ciento.

Cabe preguntarse por la permanencia de estos pronósticos toda vez que se cierre el dramático episodio de la pandemia, con su coste en términos de vidas truncadas, de empresas cerradas y de clausurada economía sumergida -que supone más del 30% del PIB en el África Subsahariana y en América Latina, según algunos estudios-; en todo caso, la respuesta al desarrollo económico no se encontrará en el regreso a los viejos conceptos del aislacionismo económico y a las fáciles soluciones populistas para los problemas complejos.

Stephen D. King sugiere que la historia de la economía y de la política demuestra que después de las crisis financieras -en oposición a las recesiones- los movimientos políticos fundamentales se sitúan generalmente en favor de lo que podría ser descrito como movimientos paranoicos, tanto en la izquierda como en la derecha; a menudo ligados con el racismo, el anti-semitismo, el nacionalismo y el rechazo de las instituciones internacionales, que en tempos normales son capaces de proveer del ámbito necesario para el cumplimiento de las normas que estas instituciones establecen. Bajo estas circunstancias, la globalización sólo puede retroceder dejando tras de ella peligrosas rivalidades políticas y económicas.

¿Será la crisis post-Covid similar a las crisis financieras en los términos políticos presagiados por el profesor King o tendrá la pandemia una consecuencia similar a una recesión? ¿Cuáles son las diferencias, medidas en términos de respuestas políticas para ambos supuestos? Si seguimos el criterio de los clásicos que han analizado los procesos revolucionarios -definidos como la actitud de las masas con respecto a los acontecimientos de profunda convulsión social- parece evidente que las grandes crisis económicas, con independencia de que éstas sean financieras o producto de una recesión, generan agudos cambios políticos. Alexis de Tocqueville lo describe en su siempre imprescindible El Antiguo Régimen y la Revolución de 1789. En esta obra, el pensador liberal francés describe los momentos revolucionarios como situaciones que no tienen lugar con carácter inmediato a las causas que los provocan. Las gentes no responden airadamente justo después de una crisis económica, por lo mismo que nadie critica a los poderes públicos su incapacidad de prever los efectos dañinos de una riada cuando de lo que se trata es de salvar los muebles. Sólo algún tiempo después, y cuando paradójicamente ya se encuentran a salvo, las gentes miran en dirección de los gobiernos -o los regímenes- incompetentes y exigen respuestas satisfactorias.

Sólo por poner un ejemplo que el lector español podrá recordar sin esfuerzo, la crisis financiera que sufriera nuestro país en 2008 produjo una primera respuesta política que se tradujo en una polarización electoral con la victoria del PP por mayoría absoluta. Deberían pasar 6 años, sin embargo, para que se acaeciera una mutación del sistema de partidos, cuando en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 dos formaciones políticas aparecieran en el panorama nacional: Podemos y Ciudadanos. A partir de ese momento las mayorías absolutas dejaron de existir en el mapa político español.

El caso español no es, sin embargo, un supuesto ajeno a los comportamientos políticos que se han vivido en otros países. Seguramente ningún país ha mantenido el esquema de sus fuerzas políticas intacto: la aparición del populismo a la derecha y a la izquierda del espectro parlamentario sirve como suficiente ejemplo de lo afirmado. Nos encontremos o no en presencia de un nuevo resurgir de los nacionalismos/populismos, es posible que no sea la globalización la vieja víctima de los nuevos tiempos que la pandemia traiga consigo. En cualquiera de los casos -parafraseando a Churchill-, la globalización es la peor forma de los sistemas económicos existentes… si exceptuamos a todos los demás.

El fundamento del orden liberal internacional

Pero, volviendo a la idea originaria de este comentario: la crisis del sistema producido con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, deberemos convenir que éste era, fundamentalmente, consecuencia del acuerdo entre las élites políticas de los dos grandes partidos norteamericanos que defenderían el internacionalismo liberal, una opinión según la cual Washington debería sostener y extender un orden global que promoviera los mercados abiertos, las políticas abiertas y las instituciones multilaterales[ii].

Como consecuencia de la polarización y el distanciamiento entre los dos principales partidos políticos norteamericanos esta estrategia global ha hecho crisis, hasta el punto de que pensar de nuevo en ella no deja de constituir una quimera. Según los autores citados, una estrategia de estas características consiste en una hoja de ruta que relaciona fines con medios. Y que funciona mejor en un terreno predecible: un mundo en el que los políticos tienen una comprensión clara de la distribución del poder, un sólido consenso doméstico acerca de los objetivos y la identidad nacionales, y unas instituciones nacionales de seguridad estables.

La polarización política ha llevado a las instituciones de Estados Unidos al punto de que cada nueva administración produce una política internacional muchas veces opuesta a la de la anterior, cualquiera que fuera la practicada por su predecesor. Dicho sea a pesar de que algunas tendencias profundas permanezcan en ellas, como es el caso de la mayor atención norteamericana hacia el Pacifico en perjuicio del Atlántico.

La alternativa al caos

Esta situación ha venido para quedarse. Y la pregunta que deberíamos formularnos es: ¿cuál sería la alternativa a los grandes consensos?, ¿el caos que predecía Leonard Cohen en su canción The Future, o sería posible alguna otra solución? Seguramente la lección que podríamos extraer de este nuevo estado de cosas, haciendo de la necesidad virtud, es que una política basada en el caso por caso sería al menos tan buena y seguramente mejor que una imposible política construida sobre grandes compromisos estratégicos.

Y es que el poder en la política global no es ya lo que era. La capacidad de ejercicio del poder por parte de los estados, la forma en que lo gestionaban, sus objetivos y los nombres de los que lo detentaban… todos han cambiado de manera esencial. El resultado es un mundo emergente de multipolaridad internacional -a pesar de una creciente concentración política en el interior de los estados- y desorden –“the future, brother, is murder”, de la canción de Cohen-. Un mundo que expulsa de su seno las grandes estrategias.

Y es que los nuevos actores en la política internacional se han extendido: desde las milicias locales hasta las ONG y las grandes corporaciones, que disponen todos ellos de un creciente poder y que compiten con los estados. Y un mundo poblado por decenas de centros de poder es extremadamente difícil de conducir y de controlar. En definitiva, un mundo interactivo y complejo, en el que la línea más corta entre dos puntos no es ya la recta.

En un mundo tan complejo, carente de un liderazgo claro o en ausencia de interés por su ejercicio, parece que no quede otra solución que la buena política internacional basada en el consenso, la agregación de agentes -nacionales, intergubernamentales o no-, y la descentralización. Aunque, al cabo, si para Bècaud lo importante era la rose, para Cohen el amor is the only engine of survival.

¡Consolémonos entonces! Al fin y al cabo, sólo nosotros seremos capaces de salvarnos a nosotros mismos. Nosotros, la gente.


[i] Stephen D. King. Grave new world.

[ii] Daniel W. Drezner, Ronald R. Kreisler and Randall Schweller. The end of Grand Strategy. Foreign Affairs. May-June 2020.

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Fernando Maura Barandiarán (bilbaíno de nacimiento), bisnieto de Antonio Maura (Presidente del Consejo de Ministros durante el Reinado de Alfonso XIII), es abogado y economista por la Universidad de Deusto, además de prolífico articulista y escritor de novela y ensayo. Ha desempeñado una larga y fecunda actividad política: concejal del Ayuntamiento de Bilbao (1983-1987), miembro del Parlamento Vasco (1994-2007), Diputado del Parlamento Europeo (2014-2015) y más recientemente Diputado en las Cortes Generales (2016-2019), así como Responsable del Área de Exteriores de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía (Cs) (2017-2019). También es Patrono de la Fundación para la Libertad, directivo de la Sociedad Liberal El Sitio, miembro de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (en euskera, Errege Euskalerriaren Adiskideen Elkartea, más conocida como La Bascongada) y de la Real Hermandad de Caballeros de San Fernando. Ha tenido una participación activa en la iniciativa ¡Basta Ya!, además de ser colaborador habitual de los diarios El Mundo, El Correo, ABC, etc. Asimismo, ha publicado varias novelas, un libro-testimonio, un ensayo en colaboración, así como artículos en diversos periódicos y revistas. Entre sus obras destacan: Conflicto en Chemical (1993), Últimos días de Agosto (1995), El doble viaje de Agustín Ceballos (1999), Bilbao en gris (2003) y Lakua: kosas ke okurrieron (2012).

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